Acabo de curarle su herida a Xena -que ya anda para todos lados como si no tuviera un hueco en el trasero- y me estaba acordando de todas las cosas que le han pasado...
Una de mis mejores amigas siempre me ofrecía gatos y yo siempre me hacía tonta. Un día insistió por enésima vez, para colocar a los futuros gatitos de la gata embarazada de su novio y yo dije que sí, siempre y cuando fuera un gatito con rayas.
La gata era de color negro con patitas blancas, por lo que yo estaba segurísima que ni de broma tendría un gatito rayado. Por supuesto, yo era una completa ignorante en genética gatuna y Xena nació en un puente del 15 de septiembre.
Como tengo una fijación con los nombres chistosos, yo había planeado que si era niño, le llamaría Kevin Poot May (o algo así) y si era niña sería Xena Rodríguez Noh. El destino decidió.
Esperé a que Xena destetara (que feo eso de destetar, ojalá nunca me pase), cumplí 24 años y ella era mi regalo de cumpleaños.
Teníamos un viaje planeado para vacaciones de Navidad, por lo que me pedí que me aguantaran un poco más con Xena. Mi mamá para nada quería un gato en la casa, así que la entrada gatuna tenía que ser algo súper planeado.
Me la entregaron un día de enero y la metí sigilosamente a la casa. Ya le había comprado su arenero, su comida, su arena, su palita y la mudé a mi cuarto. Todavía la veía demasiado pequeña y por supuesto, me imaginaba a los zorros y a todos los animales feos de afuera y no quería dejarla a la intemperie.
Como a los dos días de pequeños maullidos, mi mamá me dijo:
- ¿Tienes a un gato en tu cuarto?
- Sí... pero yo lo voy a cuidar, a comprarle su comida, ya tengo su arenero, no va a ensuciar, se porta súper bien y no te vas a tener que preocupar por nada.
- Mmmm, bueno, de menos sácala al patio un rato para que pueda jugar.
Y así Xena se ganó un lugar en mi casa. Al principio, todos por supuesto, decían que no les gustaban los gatos. Aunque obvio, era Xena quien no los pelaba y salía corriendo cada vez que veía gente. Su cariño era exclusivo para mí.
Aunque también tuve que aprender a respetarla. Una vez me estuve tomando fotos con ella y estuvo bastante dócil. La hice posar, la movía de lugar, la jalaba para mí y se dejó aunque dejó notar que no le encantaba. En la noche, hubo una reunión en mi casa, mi tío puso el tripié para tomar una foto familiar, se me ocurrió subirla a mi regazo y cuando Xena sintió el flashazo, el trauma hizo su efecto, se puso como demonio de tazmania y me dejó toda arañada, sonriendo como estúpida para la foto.
A Xena siempre le ha gustado andar por toda la casa, pero cuando era chiquita, le encantaba estar en mi cuarto. Cuando yo me mecía, veía la soga de la hamaca moviéndose de un lado a otro y la seguía con la mirada. Después de un rato, se decidía y le brincaba encima. Nunca se me va a olvidar la imagen de Xena colgada de la hamaca, balanceándose de un lado a otro.
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