El otro día pensaba con decepción en todas las cosas que nos hacen creer y no son ciertas. No hablo de cosas sencillas, sino más bien de creencias generales que sirven a propósitos poco nobles.
Estaba tomándome un café cuando recordé cómo me habían predicho el resultado de la elección del candidato de un partido político. Increíble cómo habían fingido elecciones internas, cómo hay todo un sistema sólo para dar una fachada. Fue simplemente una negociación en la que todos fueron cómplices.
Luego pensé en la Navidad y en Santa Clos: el viejito de barbas blancas y traje rojo también es una invención. Sus colores representan a la marca que lo creó y su mito favorece intereses que en un mes hacen crecer la economía a niveles inimaginables para el resto del año.
Tomé un sorbo de café y de pronto un pensamiento me estremeció: los seres humanos primitivos respondían a instintos sexuales, la monogamia no era parte de su naturaleza y ni siquiera era práctica para su vida.
Vinieron a mi mente todos los cuentos de Disney, todas las comedias románticas, todas las historias de amor, ese romanticismo, esa ilusión de conseguir pareja que está en todas partes...
- ¿El amor es una farsa? ¿Es una invención?- me pregunté.
- No se trata del amor, es algo más allá: piensa en todo lo que implica- dijo otra parte de mí.
Y a mil por hora pasaron por mi mente bodas exhuberantes, cientos de invitados, comida y bebida para tres días, flores hasta el tope, anillos de diamantes, ropa elegante, cenas, electrodomésticos, muebles, regalos del Día de San Valentín, el Día de la Madre, el Día del Padre, el Día del Niño, los XV años y todo el derroche desencadenado.
Con razón el rechazo a todo lo que atenta contra la familia, con razón tanto miedo irracional, tanta homofobia, tanta intolerancia, tanta moralidad sin sustento, tantos valores envejecidos...
Tomé otro sorbo de café para tratar de sacudirme el escalofrío que me recorría... Otra creencia inventada y otra vez el miedo de vivir en el mundo que nos tocó vivir.