Mi tía Amiel está haciendo un Especial de Navidad en su blog, sobre la muerte de Santa. Invitó a sus amistades a escribir un cuento o poema, en formato totalmente libre, con el único requisito de que Santa muriera en la historia narrada.
Iba más allá de la incomodidad que cargaba desde que renovaron su imagen. “Tenemos que hacer un cambio total contigo, los niños se burlan de los que todavía creen en ti”. El consejo representante de corporaciones multinacionales fue muy puntual al respecto: renovarse o morir.
Había resistido todo lo que pudo, pero finalmente fue auditado. Un grupo de ejecutivos se presentaron imponentemente con una orden judicial. Después de una perorata legal, dieron paso a un ejército de especialistas en imagen:
- Este traje está súper anticuado, ¡fuera el terciopelo! Vamos a crearte un outfit súper dinámico, onda band boy, retro, súper chic. Me imagino mucho brillo, así pegadito, pegadito y obvio, sin mangas. A ver tus brazos… ¡ay gordito, mira nomás que tamales traes!
- Por supuesto, lo vamos a programar para una lipo y le ponemos entrenador personal, ya nada de bastoncitos de caramelo ehhh.
- Uy Santa, tienes un look de viejo de no mamar, hay que quitarte esas canas horribles y hacerte un corte con pinchitos, ya sabes, súper juvenil.
- ¿Qué es ese olor? ¿Qué es estoooo? Fo qué asquito con esos renos ehh, los animales de granja están súper out, ¡se van! Alguien llame a Xzibit, necesitamos pimpear un trineo, ¿ok?
- Oye Santa y ¿todos éstos son tus hijos? Están súper feítos, así uniformaditos… ¿Ah, son duendes? No, no, no, no, ésto no puede ser. Vas a tener a un grupo de bailarines profesionales, más mameyes que los de “Sólo para mujeres”. Si quieres les dejamos los zapatitos, están súper curiosos.
Como no tenía tan mala voz, le hicieron grabar un disco lleno de canciones pegajosas: “Ponte Santa”, “Navidad, tiempo de planchar”, “Copito de nieve dance mix”, “Duende, duende, duro, duro”, “Muñeco de nieve, no te la juegues” y “Rodolfo, el golfo”, entre otras.
Pronto le consiguieron apariciones especiales en telenovelas y programas de chismes. Sus canciones empezaron a sonar en la radio desde que lo hicieron telonero de RBD, pero su verdadera fama comenzó cuando lanzaron el rumor de que Santa andaba con uno de sus duendes, después de haber sido vistos juntos en un antro de sospechosa reputación.
“Duende, duende, duro, duro” ocupó el primer lugar durante 14 semanas consecutivas y a partir de ahí empezó la locura: una serie de presentaciones en los programas de más alta audiencia, la grabación de un videoclip cargado de escenas homoeróticas, el lanzamiento del single con seis versiones de “Duende, duende, duro, duro” y claro, una gira mundial.
La vorágine de la fama estaba haciendo estragos en Santa. Aunque ahora se veía joven y fuerte, la realidad es que estaba completamente agotado. Muchas veces rechazó drogas y estimulantes, pero sospechaba que sus alimentos y bebidas estaban adulterados desde hace tiempo.
Santa se puso una camisa que le marcaba los pectorales –por supuesto, de silicón- y salió de su camerino, caminando incómodamente mientras sentía que sus genitales se asfixiaban entre el pantalón ceñido y el calcetín de relleno.
Se sentó y mientras lo maquillaban y peinaban, miraba fijamente al espejo. “Renovarse o morir”, pensaba cada vez que le asqueaba su mirada bobalicona. “Renovarse o morir”, sus cejas depiladas. “Renovarse o morir”, el putísimo delineador en los ojos. “Renovarse o morir” y el pinche gloss en los labios.
Salió al escenario, espectacular como siempre, desenvolviéndose entre la pirotecnia y el juego de luces. La multitud lo aclamaba desenfrenadamente: adolescentes en pleno llanto con sólo verlo aparecer, gritos enloquecidos de putitos que habían pagado para estar en las primeras filas para poder tocar por lo menos uno de sus guantes y señoras operadas tratando de hacerse pasar por jóvenes.
Santa ejecutó la coreografía, rodeado de sus apuestos duendes bailarines, mientras trataba de no perder el lipsing, no fuera a ser que alguien notara el playback.
Miraba con desprecio a esa masa uniforme que lo veneraba. “Renovarse o morir”, esbozaba una sonrisa falsa. “Renovarse o morir”, invitaba al público histérico a aplaudir. “Renovarse o morir”, soltó un largo falsete que llevó al público directo a un completo frenesí.
“Renovarse o morir” y en un momento de arranque se aventó al público.
Retazos de tela roja y blanca se arrebataban de unas manos a otras, una masa humana que giraba, exprimiéndose como un molino de carne, devorando a su ídolo hasta matarlo.
me encataria leer esas historias en especial por que santa claus me molesta en demasia..... a darle con todo a santa
ResponderBorrarme encanta como escribes chumis, el final de tu relato me recordo al final de "el perfume" de Patrik Suskin, esta genial
ResponderBorrarYa me lo habían dicho. Fue totalmente inconsciente.
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