Anoche, una de mis gatas se quedó afuera, así que en la madrugada se dedicó a dar serenata en mi ventana, para que la deje entrar.
El que piense que los gatos maúllan igual para todo, está muy equivocado. Cuando están afuera, el maullido es triste, doloroso, como un chantaje sentimental gatuno, como si esa pequeña bolita de pelos pudiera decirnos: Ábreme, aquí afuera hay hambre y sufrimiento. Si tienes compasión de mí, abre esa ventana y abrígame.
Una se siente el peor ser humano del mundo, hasta que la gata en cuestión entra por la ventana y entonces, el maullido cambia por completo a un tono de reclamo, como si te estuviera diciendo: Ya te habías tardado un chingo vieja, ¿qué tu crees que soy una callejera? ¿Dónde está mi comida?
Entonces claro, una se siente medio pendeja de haberle creído. Y mientras la nena está empacándose las croquetas, una regresa a tumbarse para dormir un rato más.
Todo para que en cualquier momento, se te acerque con ojitos de gato con botas y un maullido tranquilo y bonito que te diga: Te extrañé, bonita. ¿Me perdonas por quedarme afuera? ¿Puedo subirme a tu regazo y me acaricias como bebé?
La gente que tiene gatos no me dejará mentir.
verdad verdadera!
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