En 1999, este mosaico bizantino fue encontrado en la ciudad de Zeugma en Turquía y fue llamado el mosaico de la niña gitana.
Recuerdo haber visto esta imagen en el periódico y haberme sentido cautivada por esa mirada. Quise leer más sobre el descubrimiento, pero la única información que había era un breve pie de foto.
Muchos mosaicos bizantinos tienen miradas severas o vacías, personajes religiosos y emperadores que miran hacia el frente sin ningún propósito, con el cuerpo recto, en una pose rígida.
Pero este mosaico era algo que nunca había visto. Recorté el periódico y guardé la imagen durante mucho tiempo. Incluso la escanée, previendo que el papel se desgastaría en cualquier momento, e imprimí la imagen en blanco y negro, tal como fue publicada en el periódico. La pegué en la puerta de mi cuarto donde estuvo quizá unos 5 o 6 años, sobreviviendo más allá del caos que fue mi vida en esos años.
Hasta que un día se despegó y cayó al suelo llenándose de polvo. Sacudí el recorte y lo asenté en mi escritorio. Fue cuestión de tiempo para que desapareciera. El archivo digital también se perdió, supongo yo en alguna mudanza de computadora... Pero por alguna razón, el recuerdo de esa mirada se conservó prácticamente intacto en mi mente.
Hoy veía el fondo de mi página de Twitter y pensaba en cuánto me gustan los mosaicos... Me pregunté desde cuando era así y la imagen de esa mirada bizantina volvió a mí. Busqué como pude en la red, con lo poco que sabía de este mosaico, y apenas lo encontré.
No voy a negarlo: me siento emocionada y conmovida por haberme topado con esta pieza de nuevo. Siempre me pregunté porqué estaría mirando de esa forma. Siento su tristeza y su melancolía... veo una mirada que guarda cierto dolor, que se sostiene a pesar de lo que siente.
Cuando yo tenía 19 y veintitantos años, esta era una última mirada. La última vez que se mira a alguien que no se volverá a ver. La mirada con la que alguien se despide del hogar que tiene que dejar. Una última mirada para grabar ese instante en su mente y conservarlo para siempre.
No necesito saber cuál es la posición de su cuerpo, para mí ella va hacia adelante y voltea hacia atrás. El destino la arrastra, se la lleva lejos... pero su corazón se queda ahí, justo donde posa la mirada. Y ahí estoy yo, atrapada por esos ojos que me miran a mí y a cada persona que se ha cruzado con ellos, desde hace más de 1,500 años.