Ayer me puse a pintar con acuarelas. Era un proyecto que tenía desde hacía tiempo, había comprado papel, pinceles, pinturas, cutter, resistol y otras chucherías para un día hacer una libretita.
¿Por qué una libretita? Porque tengo una pasión secreta por los artículos de papelería, especialmente por las plumas y las libretas. Ir a una tienda a comprar plumas puede ponerme del mejor humor.
Pero bueno, la cosa es que en un viaje vi una libreta que tenía un orificio en la cubierta, revelando una pintura hecha a mano. "Yo quiero hacer algo así". Porque el sueño de toda ñoña de papelería es hacer su propia libreta, justo como siempre la había imaginado. O mejor aún, más allá de las libretas comunes.
Pero bueno, el primer paso era hacer la portada. Me había atosigado mucho con el diseño porque siempre pensé que tendría mucho que ver con quién soy ahora. Luego dejé de clavarme con eso y simplemente me concentré en algo que me gustara.
Y resultó que lo que me gustaba eran las bugambilias que cambian de rosa a naranja y de naranja a rosa, sin saber exactamente cuál es su color. Y sin embargo, un color que la acuarela puede captar perfectamente dada su naturaleza caótica y húmeda.
Pues ayer me senté a calcar las imágenes que quería y luego de ahí a pintar. Me acostumbré a los pinceles mucho más rápido de lo que pensé. La textura no tiene madre, no sé cómo no llegué antes a las acuarelas. Me gustó perderme y no pensar, sólo pintar y estar perdida.
Al final, la imagen obtenida sí tiene mucho que ver con quién soy ahora: hojas desprendiéndose, flotando en el viento, sin saber a dónde van.
